lunes, 4 de abril de 2011

Radioactividad tras tsunami en Japón


El tsunami  pasado en Japón desató una serie de consecuencias de magnitudes todavía insospechadas. Uno de los principales peligros se produjo a partir de los daños que sufrieron las plantas nucleares más próximas a la zona afectada por el sismo.

Entre los efectos principales figura el incremento del riesgo de sufrir todo tipo de cánceres y el debilitamiento del sistema inmunológico son las principales consecuencias para los humanos que entren en contacto con material radiactivo como el que puede fugarse de la planta nuclear de Fukushima, Japón, luego del terremoto que afectó su funcionamiento.
Además, produce graves efectos en el medioambiente y en la salud porque es imposible detectar el material radiactivo sin el instrumental adecuado, ya que no se ve ni posee olor, según explica el radiobiólogo español Eduard Rodríguez-Farré.
En el núcleo de un reactor nuclear, a partir de la fisión del uranio, existen más de 60 contaminantes radiactivos, unos de vida larga y otros de corta. Entre ellos, el yodo, el estroncio 90 y el cesio (C-137) son algunos de los contaminantes más perjudiciales para la salud humana.
Según los expertos, la afección del yodo es inmediata, provoca mutaciones en los genes y aumenta el riesgo de cáncer, especialmente de tiroides. El cesio se deposita en los músculos, mientras que el estroncio se acumula en los huesos, durante un periodo mínimo de 30 años. Ambas sustancias multiplican la posibilidad de padecer cáncer de huesos, de músculos o tumores cerebrales, entre otras patologías.

Efectos sobre el sistema reproductivo

Las radiaciones afectan también al sistema reproductivo. Sobre todo a las mujeres. Es que los espermatozoides se regeneran totalmente cada 90 días, pero los óvulos permanecen en los ovarios toda la vida: si un óvulo es alterado por la radiación y fecundado posteriormente, se producirán malformaciones en el feto, incluso años después.
Particularmente, en el caso del yodo y cuando la principal vía de contagio es la inhalación, el único método efectivo es ingerir pastillas de yodo. Así, la glándula tiroides va eliminando el yodo sobrante y de esta forma, cuando se satura de yodo normal puede ir eliminando el radiactivo inhalado. Si el contacto es a través de la piel, se elimina lavándose con detergente tanto el cuerpo, como el pelo y las uñas, y desechando la ropa.

La unidad gray (Gy)

La unidad de medida de la intensidad de la radiación es el gray (Gy) que cuantifica la dosis absorbida por el tejido vivo. Un gray equivale a la absorción de un joule de energía ionizante por un kilogramo de material irradiado. Esta unidad se estableció en el año 1975.
A partir de la acumulación de un gray de radiación en el cuerpo humano, se produce malestar general, dolores de cabeza, náuseas, vómitos, fiebre y diarrea. Entre dosis de 3 y 5 grays, el equivalente a lo que se suele utilizar en tratamientos de radioterapia, se producen hemorragias, anemia e infecciones por la disminución de glóbulos blancos. Al superar los seis grays, se puede originar la muerte en unos días o en sólo unas horas, debido a que los efectos de la radiación son acumulativos. Con dosis de más de 15 grays se produce inevitablemente la muerte.

Los trastornos más frecuentes producidos por el exceso de radiación son el cáncer, las alteraciones gastrointestinales, afecciones de la médula ósea, así como del aparato reproductor (infertilidad y malformaciones) y el debilitamiento del sistema inmunológico.
El medio ambiente también sufre las consecuencias potenciales de las radiaciones desencadenadas por la fusión del núcleo, que puede afectar a un área de decenas de kilómetros a la redonda.
La contaminación nuclear se deposita en el suelo y en el mar y se incorpora a la cadena alimentaria de los seres vivos mediante un proceso de bioacumulación. Va pasando de unos a otros, entre plantas, animales y seres humanos.